viernes, 22 de noviembre de 2013

CAPÍTULO I






20/09/2006



En primer lugar voy a presentarme. Soy una mujer, casada, con hijos y algunos años a la espalda. Siempre me he considerado una persona paciente, honesta, sensible y con perspectivas de llevar adelante, una vida llena de aquellos objetivos y metas que me había propuesto siendo jovencita, cuando mis hijos hubieran dejado el hogar familiar para formar el suyo propio.

Bien, pues hace tres años tuve que cambiar muchos de esos esquemas.

Debido a una grave operación estuve casi tres meses en cama, primero en el hospital y luego en casa, pero aun estando todavía convaleciente seguía haciendo planes. Había tomado la decisión de que en cuanto mejorara, empezaría a cumplir todas mis ilusiones y proyectos. El ver la muerte tan de cerca me había dado fuerzas para cambiar algunas prioridades, dietas sanas, ejercicio, caminar durante el amanecer en invierno y el atardecer en verano, disfrutar de mis futuros nietos hasta el agotamiento, leer y escribir mis grandes pasiones. Todo esto se fue al traste cuando un buen día, digo, "un mal día", al bajarme de la cama para dar un paseo por la casa, noté como si mis pies se hubieran hinchado de una manera descomunal, los observé y no, seguían igual que siempre, "una rara sensación" pensé simplemente, pero cuando puse los pies en el suelo e intenté levantarme, me di cuenta que esa sensación aumentaba a la hora de andar, me provocaba dolor y me impedía andar normalmente, tenía que ir agarrándome a los muebles para seguir caminando.

Desde aquél día, deambulé por muchas consultas, me hicieron todo tipo de pruebas y lo raro era que no mejoraba sino que los dolores se esparcieron por todo mi cuerpo, dejé de dormir porque el simple roce de mis cuerpo con las sábanas me producía dolor, las contracturas musculares eran diarias, por todo esto el agotamiento era extremo y empecé a sentirme mal anímicamente. El dolor físico y moral fue extenuante durante tres meses más, incluso derivó en una depresión. Hasta que un día mi reumatólogo me lo diagnosticó, tenía: FIBROMIALGIA.

Al principio sentí alivio, ¡Al fin sabía lo que tenía!, mis temores sobre el cáncer o el alzheimer (también tenía pérdidas de memoria), eran infundados, pero el médico siguió hablando "Era una enfermedad rara, que por lo que conocían no era mortal pero no tenía cura", también dijo "que no me asustara si en algún momento llegaba a necesitar una silla de ruedas para moverme, porque pasaría, y que me cambiaría la vida". Pasé del miedo y el alivio a la preocupación. Si iba a tener que cambiar mi forma de vivir, ¿qué ocurriría ahora?, ¿y mis ejercicios en el gimnasio?, ¿podría andar al atardecer y al amanecer?, ¿es que toda esa angustia e impotencia para realizar muchas cosas básicas como lavarme el pelo no las iba a poder realizar nunca más?

Después de varios días acudí a mi médico e cabecera para que me hiciera el seguimiento y me mandó al psiquiatra, porque "seguramente: las migrañas, el no poder andar, las contracturas de hombro diarias, el agotamiento hasta el límite, la falta de sueño reparador, la alergias, la confusión mental, la caída del cabello, el aumento de peso, la dificultad para tragar, el deterioro de la memoria, el desequilibrio, el colon irritable, la alteración del gusto, el oído y el olfato, los espasmos musculares, la dificultad para levantar los brazos o mantenerlos levantados, la falta de aliento, los escalofríos, el entumecimiento de los miembros y el hormigueo, el lumbago y la ciática, las palpitaciones, la intolerancia al alcohol, los olores y los sonidos, la rinitis crónica, unido a la tendencia para llorar fácilmente, la torpeza y los sudores nocturnos, eran provocados por una depresión post-traumática que yo padecía debido a mi grave operación y mi larga convalecencia."

Pues ¡Claro que tenía depresión!, ¿quién después de pasar por una enfermedad que te mantiene en cama tres meses, y cuando está recuperándose, se encuentra con todos estos síntomas, no le entra depresión? Pero no era una depresión la causa de la FIBRO, eran la enfermedad y la tortura de no saber que tenía, junto a todos los dolores y demás síntomas más el agotamiento, lo que me provocaron la depresión.

No puedo escribir dándole las gracias a ningún médico, ni profesional de la medicina por haberme tratado con respeto al ser diagnosticada de una enfermedad que para ellos era pura neurastenia, o por haber intentado comprenderme. No todo el mundo ha encontrado a alguien que le haya dado tranquilidad y esperanza o simplemente confianza al tratar sobre la enfermedad. Yo siempre sentí, cuando me refería a ella, que me ignoraban, saltaban de una conversación a otra, o me salían con el "tómese usted esto o esto otro y ya no tiene que volver más".


CONTINUARÁ...
(Imagen descargada de Internet)




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