domingo, 29 de diciembre de 2013

CAPÍTULO XLII










29/12/2013



Van acabando las páginas de otro año más.
En el recuerdo tantas amistades que se han fraguado a lo largo de mi guerra con la fibromialgia, los del grupo de Google, Maskamigas, mis amigos y compañeros de la universidad. Todos ellos, absolutamente todos, están dejando una huella en mí, que nunca nadie podrá borrar. Me han apoyado en mis peores momentos, y se han alegrado conmigo en las batallas que he ido ganando con ayuda, bien a través de sus palabras escritas, del pequeño micrófono de un teléfono, o directamente al oído sentados a mi lado en la terraza de un café, pero siempre salidas de sus corazones.

Los que ya no están, y los ausentes porque así lo quieren, dejan un halo de nostalgia en la mesa de estos días que nos impide estar del todo contentos. También esa pizca de tristeza, que no echamos hacia fuera y que se queda dentro, nos provoca apatía y sensación como de tener ganas de que todo termine.

Y particularmente hablando, estas Navidades han sido para mí un poco tristes, me voy dando cuenta que cuando los hijos se van porque han formado su propia familia, se van olvidando poco a poco de la que dejaron atrás. Y no son reproches, yo lo comprendo, pero antes lo que peor podía ocurrir era que aumentara el número de comensales a la mesa o las visitas a los familiares, ahora es que disminuya. Yo que he sido persona de gustarme esos momentos de reuniones familiares en masa, sobre todo cuando aún vivía con mis padres y a veces nos reuníamos en casa de los tíos hasta treinta personas, que cantaban bailaban, contaban chistes y conseguían que las sonrisas se quedaran congeladas en nuestras bocas durante varios días, me cuesta trabajo acostumbrarme al sistema actual y automático de preparar la cena, comer, y que cada uno vuelva a su casa porque se están quedando dormidos en el sofá.
Y no tiene nada que ver con el dinero, en casa de los tíos primero y en casa de mis padres después, no se colocaban sobre la mesa las caras viandas que se suelen poner hoy en día. La tía hacía un buen puchero o una berza jerezana, y cada cual después añadía lo que podía, traído desde casa, pero cosas como un salchichón, un chorizo, algo de queso, y de postre los típicos navideños, turrones, roscos, polvorones y a veces hasta mazapanes (hoy está de moda hacer postres en la Thermomix).

Con esto quiero decir, que teniendo el espíritu familiar y tomando las Navidades como una excusa más para pasarlo con la familia lo mejor posible, no hace falta nada más para entrar en el siguiente año con las energías renovadas para enfrentarnos a nuestra “querida enemiga”.






CONTINUARÁ...

(Imágenes descargadas de Internet)

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