jueves, 12 de diciembre de 2013

CAPÍTULO XXXII








26/05/2010



Cada vez está mas claro, como influye el estado anímico y psicológico en todo tipo de enfermedades. Esto no quiere decir que esas enfermedades sea de carácter psicosomático, o que deban ser curadas por un psiquiatra.


Las enfermedades crónicas como la Fibromialgia no se escapan a esa influencia. Al ser una enfermedad que afecta sobre todo a músculos, fibras, tendones, los malos estados de ánimo, los disgustos, el estrés, y todo aquellos componentes externos que nos tensan, provocan claramente un empeoramiento de la enfermedad.


A estas causas, le quiero añadir también el estrés provocado por el devenir entre médicos que nos utilizan como pelotas de ping-pong, simplemente porque no saben que hacer con nosotros. El médico de atención primaria nos infla a analgésicos y relajantes musculares, después de que tras dos visitas en seis años el reumatólogo (hasta ahora encargado de “lidiar” con las personas que padecen dicha enfermedad), nos de el alta y nos derive a Medicina General, pero en Atención Primaria no están autorizados para hacer pruebas diagnósticas que se salgan de una simple radiografía o un análisis de sangre u orina. Por lo tanto, aquellos síntomas que necesiten otro tipo de diagnosis no están contemplados si no nos es prescrito por un especialista.


¿Qué ocurre?, pues que no nos mandan a los especialistas. ¿Por qué?, existe un rumor de que cada vez que el médico de Atención Primaria nos envía a un especialista, le es descontado un tanto por ciento de su sueldo. Así que mientras a menos especialistas nos envíen, más cobrarán (insisto, es un rumor). A parte de todo esto, cuando ya no puedes más y le dices a tu médico que tienes nuevos síntomas y consigues que te envíe, bien al de digestivo por dolores en el abdomen, o al neurólogo por dolores de cabeza, te debes esperar la misma respuesta de siempre: “eso es de lo mismo, la Fibromialgia, eso quien debe tratárselo es su médico de cabecera” Y una dice: “mire usted, cuando a mi me duele fuertemente el estómago no puedo saber si es, un cólico, una úlcera, o un dolor muscular, así que pienso que debo acudir al especialista para que me haga las pruebas pertinentes y después de descartar cualquier otra posibilidad, si es un problema muscular, pues mejor para mí, ¿no?”.


En el anterior capítulo, os hablaba del libro “¿Curan las palabras?”, de mi profesor de Universidad y Club de Letras, además de director de nuestra revista literaria “Spéculum”. Pues bien, en él podremos encontrar el consuelo necesario, al saber que no hacemos mal acudiendo a los médicos cuando nos vemos enfermos aunque nos digan que “somos unos pesados”, que en realidad no debemos salir de las consultas con más estrés del que llevamos al entrar; que tienen la obligación de calmar nuestras inquietudes con respuestas claras, en un idioma en el que podamos entender, y sobre todo con amabilidad.


El enfermo siempre llega a una consulta con el nerviosismo propio de quien no sabe qué le ocurre, y debe ser tranquilizado de forma, que salga sabiendo qué no tiene, qué puede tener y qué tipo de pruebas se le van a hacer para averiguarlo.

Esta intranquilidad creada por lo desconocido y por las, a veces, malas formas de algunos facultativos, también provoca inquietud y ansiedad y por lo tanto el cuerpo, que es sabio, protestará, nos dará un toque de atención y dolerá.


Con este libro, el toque de atención va dirigido sobre todo al médico, pero también nos muestra nuestro derecho a ser tratados humanamente, como personas, y no como números en el expediente de un ordenador.


También os he contado lo que ocurrió el día que fui a mi reumatólogo, pues después he tenido que acudir al neurólogo. Cuando me vio el reumatólogo me dijo que tenía dolores porque quería, que debía tomar paracetamol cada ocho horas, y sólo cuando estuviera muy mal tomar un tryptizol. Pues bien, el neurólogo me dijo que tomando los tres paracetamol al día estaba abusando de ellos, que los dejara, y que me tomara un tryptizol diario, Le comenté que me lo había recomendado así el reumatólogo y que entonces a quién debía hacer caso, no me contestó, simplemente sonrió.

He tomado la decisión de ir con las dos prescripciones a mi doctora de cabecera y decirle : ¡Tome, como ellos no se deciden, le toca a Ud. arreglar el “embolao”!.

CONTINUARÁ...
(Imágenes descargadas de Internet)

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