24/10/2006
Entre
todo lo pasado ocurrió algo bueno.... a los veinte días de salir
del hospital tuvo mi hija mi primer y único nieto por ahora: una
niña. Parece mentira pero es verdad el refrán que dice: "Dios
aprieta pero no ahoga". Vino cuando más la necesitaba, para
expandir un poco mi dolor y que lo notase menos en su presencia. Por
un lado me entristecía pensar que por culpa de lo ocurrido no podría
dedicarme más a ella como hubiera deseado, pero por otro, daba las
gracias porque era mi "isla", allí desembarcaba cuando mi
bote zozobraba, miraba su carita, su sonrisa y me derretía.
No
sé como explicarlo pero todo esto me provocaba todavía más
impotencia. Sentir esa clase de amor y no poder expresarlo en toda su
dimensión por las limitaciones físicas que tenía, a veces era
frustrante. Al principio cuando era sólo un bebé me sentaba en el
sofá y la cogía un rato en brazos, le daba el biberón o un corto
paseo, después conseguí que cuando venía a casa se sentara junto a
mí mientras le leía cuentos o jugábamos a los puzzles. Ahora tiene
tres años y me siento más inútil que nunca con respecto a ella, es
una niña inquieta, y como cualquier niño de su edad reclama
atención constantemente, y yo me veo incapaz de acceder a todo lo
que ella me solicita, y no por falta de ganas.
Me
gustaría explicar un poco a las futuras abuelitas que es un
sentimiento nuevo, desconocido, no tiene nada que ver con el amor
hacia los hijos, nada en absoluto, ni más ni menos, distinto. A una
abuelita lo único que le falta para que ese nieto sea como un hijo
es la gestación y el parto, o por lo menos así es para mí. Si
están enfermos sufres, incluso más porque en este caso ya tiene a
sus padres, y te sientes impotentes porque quisieras estar allí tú
para verle, tocarle, calmarle, pero claro está confías en sus
padres y porque tu papel de madre sobra cuando están ellos, como
debe ser. Si están alegres, te alegras más todavía porque observas
también la satisfacción en sus padres. Todo esto crea unos
sentimientos que te hacen pensar constantemente en esos pequeñajos.
A mi me parece como una bendición del cielo dentro de lo que tengo
que soportar con mi enfermedad.
Otra cosa
buena dentro de este calvario es que al fin he podido realizar un
sueño que tenía desde siempre: escribir, y que no he podido llevar
a cabo nunca antes por falta de tiempo y desgana. Porque antes de
conocer la enfermedad tenía desgana por todo, incluso por las cosas
que más deseaba, me costaba trabajo ponerme a hacerlas. Ahora que ya
sé lo que tengo, sigo igual de mal, pero por lo menos conocer al
enemigo te obliga a buscar las armas para combatirlo en la medida de
lo posible, y ésta es una de mis armas, escribir sobre ello, y al
mismo tiempo que consigo arrancar el desconsuelo, la tristeza o la
impotencia y que salga por la pluma para clavarla en un papel,
realizo este bonito sueño.
El tiempo
es mi aliado en este momento. Tiempo para cerrar los ojos, relajarme
e intentar inútilmente que se vayan las migrañas. Tiempo para
disfrutar en lo posible de mi nieta. Tiempo para forzar mis piernas a
pasear. Tiempo para leer, escribir, volver a leer y volver a
escribir. Tiempo para charlar con mis amigos de Internet, aunque las
manos y los dedos quieran que pare de moverlos y la espalda reclame
otra posición. Tiempo para ayudar a los demás en la Asociación. Y
tiempo para esperar siempre al DOLOR.
CONTINUARÁ...
(Imagen descargada de Internet)
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