20/09/2006
En
primer lugar voy a presentarme. Soy una mujer, casada, con hijos y
algunos años a la espalda. Siempre me he considerado una persona
paciente, honesta, sensible y con perspectivas de llevar adelante,
una vida llena de aquellos objetivos y metas que me había propuesto
siendo jovencita, cuando mis hijos hubieran dejado el hogar familiar
para formar el suyo propio.
Bien,
pues hace tres años tuve que cambiar muchos de esos esquemas.
Debido
a una grave operación estuve casi tres meses en cama, primero en el
hospital y luego en casa, pero aun estando todavía convaleciente
seguía haciendo planes. Había tomado la decisión de que en cuanto
mejorara, empezaría a cumplir todas mis ilusiones y proyectos. El
ver la muerte tan de cerca me había dado fuerzas para cambiar
algunas prioridades, dietas sanas, ejercicio, caminar durante el
amanecer en invierno y el atardecer en verano, disfrutar de mis
futuros nietos hasta el agotamiento, leer y escribir mis grandes
pasiones. Todo esto se fue al traste cuando un buen día, digo, "un
mal día", al bajarme de la cama para dar un paseo por la casa,
noté como si mis pies se hubieran hinchado de una manera descomunal,
los observé y no, seguían igual que siempre, "una rara
sensación" pensé simplemente, pero cuando puse los pies en el
suelo e intenté levantarme, me di cuenta que esa sensación
aumentaba a la hora de andar, me provocaba dolor y me impedía andar
normalmente, tenía que ir agarrándome a los muebles para seguir
caminando.
Desde
aquél día, deambulé por muchas consultas, me hicieron todo tipo de
pruebas y lo raro era que no mejoraba sino que los dolores se
esparcieron por todo mi cuerpo, dejé de dormir porque el simple roce
de mis cuerpo con las sábanas me producía dolor, las contracturas
musculares eran diarias, por todo esto el agotamiento era extremo y
empecé a sentirme mal anímicamente. El dolor físico y moral fue
extenuante durante tres meses más, incluso derivó en una depresión.
Hasta que un día mi reumatólogo me lo diagnosticó, tenía:
FIBROMIALGIA.
Al
principio sentí alivio, ¡Al fin sabía lo que tenía!, mis temores
sobre el cáncer o el alzheimer (también tenía pérdidas de
memoria), eran infundados, pero el médico siguió hablando "Era
una enfermedad rara, que por lo que conocían no era mortal pero no
tenía cura", también dijo "que no me asustara si en algún
momento llegaba a necesitar una silla de ruedas para moverme, porque
pasaría, y que me cambiaría la vida". Pasé del miedo y el
alivio a la preocupación. Si iba a tener que cambiar mi forma de
vivir, ¿qué ocurriría ahora?, ¿y mis ejercicios en el gimnasio?,
¿podría andar al atardecer y al amanecer?, ¿es que toda esa
angustia e impotencia para realizar muchas cosas básicas como
lavarme el pelo no las iba a poder realizar nunca más?
Después
de varios días acudí a mi médico e cabecera para que me hiciera el
seguimiento y me mandó al psiquiatra, porque "seguramente: las
migrañas, el no poder andar, las contracturas de hombro diarias, el
agotamiento hasta el límite, la falta de sueño reparador, la
alergias, la confusión mental, la caída del cabello, el aumento de
peso, la dificultad para tragar, el deterioro de la memoria, el
desequilibrio, el colon irritable, la alteración del gusto, el oído
y el olfato, los espasmos musculares, la dificultad para levantar los
brazos o mantenerlos levantados, la falta de aliento, los
escalofríos, el entumecimiento de los miembros y el hormigueo, el
lumbago y la ciática, las palpitaciones, la intolerancia al alcohol,
los olores y los sonidos, la rinitis crónica, unido a la tendencia
para llorar fácilmente, la torpeza y los sudores nocturnos, eran
provocados por una depresión post-traumática que yo padecía debido
a mi grave operación y mi larga convalecencia."
Pues
¡Claro que tenía depresión!, ¿quién después de pasar por una
enfermedad que te mantiene en cama tres meses, y cuando está
recuperándose, se encuentra con todos estos síntomas, no le entra
depresión? Pero no era una depresión la causa de la FIBRO, eran la
enfermedad y la tortura de no saber que tenía, junto a todos los
dolores y demás síntomas más el agotamiento, lo que me provocaron
la depresión.
No
puedo escribir dándole las gracias a ningún médico, ni profesional
de la medicina por haberme tratado con respeto al ser diagnosticada
de una enfermedad que para ellos era pura neurastenia, o por haber
intentado comprenderme. No todo el mundo ha encontrado a alguien que
le haya dado tranquilidad y esperanza o simplemente confianza al
tratar sobre la enfermedad. Yo siempre sentí, cuando me refería a
ella, que me ignoraban, saltaban de una conversación a otra, o me
salían con el "tómese usted esto o esto otro y ya no tiene que
volver más".
(Imagen descargada de Internet)
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