Hoy ha sido un día duro y agotador, pero divertido y entrañable para mi.
Hemos estado con dos de nuestros
nietos en el zoo. Una mochila con bocadillos y fruta fresca era todo
nuestro cargamento para llevarles a uno de los lugares más indicados
en estas fechas, en las que la mayoría de los papás, papás por su
trabajo, no saben que hacer para entretener a los más pequeños.
Estuve durante unos días
pensando cómo iba a soportar tanto trajín, el zoo está hecho para
andar, andar, andar y andar, además de para ir llamando a gritos a
los niños para que no se pierdan. Ayer, decidí que no pensaría
más, y que iría poniéndome parches a medida que fueran surgiendo
los descosidos.
Dio resultado, he terminado
destrozada, las piernas incluyendo muslos, pantorrillas, tobillos y la
planta de los pies (no puedo decir el tópico “no me las siento”,
porque mentiría) cuando hemos llegado a casa eran como un lago de
pirañas, y de las lumbares para qué hablar. Pero ¿saben qué?, ¡lo
he pasado genial!, mi nieto pequeño iba por todos lados: ¡abuela he
visto una jirafa!, ¡abuela he visto un pavo real!, y mi nieta me
pidió mi cámara de fotos y ahora tendré que borrar la mitad, no
porque estén mal hechas, sino ¡porque no sé donde voy a guardar
tanto animalito!. Luego en el merendero, pude descansar un poco, que
no se que es peor, si pasar el trago de golpe o poquito a poco,
porque para levantarse luego y seguir con la ruta hay que tener mucha
fuerza de voluntad.
Lo peor, la ensalada de
calmantes de la merienda, y las preguntas de algunos sobre que si hoy
he podido hacer eso, ¿por qué no puedo otros días hacer otras
cosas?. Pero hay que seguir adelante y vivir haciendo lo que nos
gusta, y lo que no pues ya se hará poco a poco cuando podamos.
Lo que no debemos hacer es
cargarnos de sensaciones y pensamientos negativos que nos impidan
disfrutar de los escasos momentos de poco alivio que esta enfermedad
nos deja.
(Imágenes descargadas de Internet)
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