Cada
vez está mas claro, como influye el estado anímico y psicológico
en todo tipo de enfermedades. Esto no quiere decir que esas
enfermedades sea de carácter psicosomático, o que deban ser curadas
por un psiquiatra.
Las
enfermedades crónicas como la Fibromialgia no se escapan a esa
influencia. Al ser una enfermedad que afecta sobre todo a músculos,
fibras, tendones, los malos estados de ánimo, los disgustos, el
estrés, y todo aquellos componentes externos que nos tensan,
provocan claramente un empeoramiento de la enfermedad.
A
estas causas, le quiero añadir también el estrés provocado por el
devenir entre médicos que nos utilizan como pelotas de ping-pong,
simplemente porque no saben que hacer con nosotros. El médico de
atención primaria nos infla a analgésicos y relajantes musculares,
después de que tras dos visitas en seis años el reumatólogo (hasta
ahora encargado de “lidiar” con las personas que padecen dicha
enfermedad), nos de el alta y nos derive a Medicina General, pero en
Atención Primaria no están autorizados para hacer pruebas
diagnósticas que se salgan de una simple radiografía o un análisis
de sangre u orina. Por lo tanto, aquellos síntomas que necesiten
otro tipo de diagnosis no están contemplados si no nos es prescrito
por un especialista.
¿Qué
ocurre?, pues que no nos mandan a los especialistas. ¿Por qué?,
existe un rumor de que cada vez que el médico de Atención Primaria
nos envía a un especialista, le es descontado un tanto por ciento de
su sueldo. Así que mientras a menos especialistas nos envíen, más
cobrarán (insisto, es un rumor). A parte de todo esto, cuando ya no
puedes más y le dices a tu médico que tienes nuevos síntomas y
consigues que te envíe, bien al de digestivo por dolores en el
abdomen, o al neurólogo por dolores de cabeza, te debes esperar la
misma respuesta de siempre: “eso es de lo mismo, la Fibromialgia,
eso quien debe tratárselo es su médico de cabecera” Y una dice:
“mire usted, cuando a mi me duele fuertemente el estómago no puedo
saber si es, un cólico, una úlcera, o un dolor muscular, así que
pienso que debo acudir al especialista para que me haga las pruebas
pertinentes y después de descartar cualquier otra posibilidad, si es
un problema muscular, pues mejor para mí, ¿no?”.
En
el anterior capítulo, os hablaba del libro “¿Curan las
palabras?”, de mi profesor de Universidad y Club de Letras, además
de director de nuestra revista literaria “Spéculum”. Pues bien,
en él podremos encontrar el consuelo necesario, al saber que no
hacemos mal acudiendo a los médicos cuando nos vemos enfermos aunque
nos digan que “somos unos pesados”, que en realidad no debemos
salir de las consultas con más estrés del que llevamos al entrar;
que tienen la obligación de calmar nuestras inquietudes con
respuestas claras, en un idioma en el que podamos entender, y sobre
todo con amabilidad.
El
enfermo siempre llega a una consulta con el nerviosismo propio de
quien no sabe qué le ocurre, y debe ser tranquilizado de forma, que
salga sabiendo qué no tiene, qué puede tener y qué tipo de pruebas
se le van a hacer para averiguarlo.
Esta
intranquilidad creada por lo desconocido y por las, a veces, malas
formas de algunos facultativos, también provoca inquietud y ansiedad
y por lo tanto el cuerpo, que es sabio, protestará, nos dará un
toque de atención y dolerá.
Con
este libro, el toque de atención va dirigido sobre todo al médico,
pero también nos muestra nuestro derecho a ser tratados humanamente,
como personas, y no como números en el expediente de un ordenador.
También
os he contado lo que ocurrió el día que fui a mi reumatólogo, pues
después he tenido que acudir al neurólogo. Cuando me vio el
reumatólogo me dijo que tenía dolores porque quería, que debía
tomar paracetamol cada ocho horas, y sólo cuando estuviera muy mal
tomar un tryptizol. Pues bien, el neurólogo me dijo que tomando los
tres paracetamol al día estaba abusando de ellos, que los dejara, y
que me tomara un tryptizol diario, Le comenté que me lo había
recomendado así el reumatólogo y que entonces a quién debía hacer
caso, no me contestó, simplemente sonrió.
He
tomado la decisión de ir con las dos prescripciones a mi doctora de
cabecera y decirle : ¡Tome, como ellos no se deciden, le toca a Ud.
arreglar el “embolao”!.
CONTINUARÁ...
(Imágenes descargadas de Internet)
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