Van acabando las páginas de otro año
más.
En el recuerdo tantas amistades que
se han fraguado a lo largo de mi guerra con la fibromialgia, los del grupo de
Google, Maskamigas, mis amigos y compañeros de la universidad. Todos ellos,
absolutamente todos, están dejando una huella en mí, que nunca nadie podrá
borrar. Me han apoyado en mis peores momentos, y se han alegrado conmigo en las
batallas que he ido ganando con ayuda, bien a través de sus palabras escritas,
del pequeño micrófono de un teléfono, o directamente al oído sentados a mi lado
en la terraza de un café, pero siempre salidas de sus corazones.
Los que ya no están, y los ausentes
porque así lo quieren, dejan un halo de nostalgia en la mesa de estos días que
nos impide estar del todo contentos. También esa pizca de tristeza, que no
echamos hacia fuera y que se queda dentro, nos provoca apatía y sensación como
de tener ganas de que todo termine.
Y particularmente hablando, estas
Navidades han sido para mí un poco tristes, me voy dando cuenta que cuando los
hijos se van porque han formado su propia familia, se van olvidando poco a poco
de la que dejaron atrás. Y no son reproches, yo lo comprendo, pero antes lo que
peor podía ocurrir era que aumentara el número de comensales a la mesa o las
visitas a los familiares, ahora es que disminuya. Yo que he sido persona de
gustarme esos momentos de reuniones familiares en masa, sobre todo cuando aún
vivía con mis padres y a veces nos reuníamos en casa de los tíos hasta treinta
personas, que cantaban bailaban, contaban chistes y conseguían que las sonrisas
se quedaran congeladas en nuestras bocas durante varios días, me cuesta trabajo
acostumbrarme al sistema actual y automático de preparar la cena, comer, y que
cada uno vuelva a su casa porque se están quedando dormidos en el sofá.
Y no tiene nada que ver con el
dinero, en casa de los tíos primero y en casa de mis padres después, no se
colocaban sobre la mesa las caras viandas que se suelen poner hoy en día. La
tía hacía un buen puchero o una berza jerezana, y cada cual después añadía lo
que podía, traído desde casa, pero cosas como un salchichón, un chorizo, algo
de queso, y de postre los típicos navideños, turrones, roscos, polvorones y a
veces hasta mazapanes (hoy está de moda hacer postres en la Thermomix).
Con esto quiero decir, que teniendo
el espíritu familiar y tomando las Navidades como una excusa más para pasarlo
con la familia lo mejor posible, no hace falta nada más para entrar en el
siguiente año con las energías renovadas para enfrentarnos a nuestra “querida
enemiga”.
CONTINUARÁ...
(Imágenes descargadas de Internet)
(Imágenes descargadas de Internet)
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